El incómodo cadáver del mediador familiar se quedó tan quieto en el suelo del salón como un sello estampado sobre una sentencia judicial. El primero en hablar fue el delfín.
– Te dije que los humanos no lo entenderían -afirmó, sin dejar de mirar el cadáver.
– Es nuestro hijo -respondió el pulpo, con la respiración aún agitada y cuatro de sus ocho brazos ondulando por encima de su cabeza-, lo he hecho por defender a nuestro hijo.
– A ver -replicó el delfín-, no pierdas el sentido de la realidad, Corail, lo hemos acogido bajo nuestra protección, y lo queremos como si fuera hijo nuestro, pero la realidad es que jamás permitirán que lo adoptemos, ya te lo dije, al menos en este planeta. Para los humanos sigue siendo uno de los suyos.
– ¿Uno de los suyos? -chilló Corail-… ¿Uno de los suyos? Es un bebé cromatófago, ni siquiera es un mamífero como tú, Philippe. ¡Se alimenta de luz! ¡Hace la fotosíntesis! ¡Pero si los están echando de la Tierra!
– Sí, sí, es verdad, pero ya sabes cómo son los humanos.
– Unos hipócritas, eso es lo que son. Mil medusas avispa les acaricien los genitales con cariño.
– De acuerdo, mil medusas, Corail. Pero ahora tenemos que centrarnos en esto: te has cargado al mediador. Y ahora… ¿qué? Esto tampoco lo van a entender por muy bien que se lo expliquemos. ¿Tienes un plan? ¿Tienes alguna idea?
– Sí: me enrolaré como piloto en una nave interestelar. Aún tengo amigos en el laboratorio donde me crearon. Podrán ayudarme.
Philippe, el delfín, dejó de mirar el cadáver. Se giró en redondo, flotando sobre sus unidades anti-g, y miró de arriba a bajo a Corail, el pulpo.
– ¿Estás pensando en abandonarnos, Corail?
Los brazos de Corail dejaron de agitarse en el aire y cayeron como fardos a lado y lado de su cuerpo.
– ¿Abandonaros? -murmuró el octópodo con un hilo de voz, desolado-… No… bueno, a ver, yo no lo plantearía así. Tú no has hecho nada, Philippe. Me buscarán a mi. Huiré. Tú puedes quedarte aquí en la Tierra, con Mandarina sonriente. Cuando encuentre un sitio adecuado, os podréis venir conmigo y volveremos a estar juntos.
– ¡No has entendido nada! -protestó el delfín-. ¡Lo primero que harán será quitarme a Mandarina sonriente! ¡Y a mi me llevarán a una reserva! ¡Nos vamos los tres juntos! ¡Yo también puedo formar parte de la tripulación!
– Los tres -dijo Corail-, los tres juntos en una nave interestelar. ¿Te has vuelto loco? No es sitio donde criar a un niño.
– ¡Es cromatófago! -protestó Philippe- Está adaptado al viaje interestelar. ¡Sobrevivirá! ¡Se hará fuerte! ¡Le sentará bien!
El cetáceo y el cefalópodo se miraron fijamente durante unos segundos, en silencio. Los ultrasonidos del delfín sondeaban el interior del pulpo y éste emitía un leve gorjeo.
– Bueno, vale -cedió finalmente el octópodo-, ves a buscar a Mandarina sonriente. Yo prepararé la furgoneta. Date prisa. El mediador era un androide de clase C, pero aun así no creo que tarden mucho en venir a ver qué ha pasado.
El androide de clase C, inmóvil, con sus últimas chispas de conciencia, pensó: “¿Androide de clase C? ¡Maldita sea, yo sólo cumplía órdenes! ¡No me dejéis aquí, cabrones, yo también quiero ir, llevadme con vosotros!”