TODOS FIRMAMOS

Al capitán le dio por pintar extraños bisontes en las paredes de la cueva donde nos refugiábamos. Mezclaba piedras marcianas convenientemente machacadas con aceite de robots estropeados. Conseguía un brillo y una textura semejante a las de las pinturas rupestres. De vez en cuando también dibujaba el perfil de un cohete o una trayectoria de la Tierra a Marte.

– ¿Por qué lo hace? -me atreví a preguntarle un día.

– Para recordaros que cincuenta mil años de historia humana nos contemplan.

– ¡Pues qué bien! -protestó Kurtz-. Tanto esfuerzo para acabar como al principio.

– No -le corrigió el capitán-, no estamos igual que al principio. Ahora miramos a las estrellas y no tenemos miedo. Miramos cara a cara al mundo y no inventamos supersticiones: inventamos cohetes.

Todos firmamos las pinturas con la palma de nuestra mano cuando el oxígeno empezó a escasear.

Todos firmamos. Fuente de la imagen: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f4/SantaCruz-CuevaManos-P2210651b.jpg
Todos firmamos. Fuente de la imagen: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f4/SantaCruz-CuevaManos-P2210651b.jpg

LA NAVE DE LOS LOCOS

Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Aquella libreta había sido su posesión más preciada desde niño, cuando un turista se la regaló al verle dibujar en cartones viejos. De hecho, había sido su única posesión, el único objeto que sentía como realmente suyo de todo el caos de objetos que le rodeaba. Aceptó el regalo con profundo agradecimiento y un poco de desconfianza, pues temía que aquel extranjero pudiera pedirle algo a cambio de la libreta. Quizá por eso la guardó durante meses sin atreverse a pintar ni un sólo rincón de ninguna de las hojas que la conformaban. Durante todo aquel tiempo, siguió dibujando en cartones viejos y mirando hacia el final de la calle por si algún día vislumbraba la figura de aquel extranjero acercarse de nuevo hacia él. Nunca volvió a verle y él, finalmente, una tarde, tuvo una idea que le pareció muy buena. Estaba repartida en muchos cartones y sintió la necesidad de salvarla del olvido, de pasarla a limpio en una sola hoja, para así poder llevarla consigo siempre a todas partes. Por fin se atrevió a inaugurar la libreta. Desde aquel momento, se había dedicado a dibujar en ella todo lo que aprendía: líneas de campo gravitatorio, eléctrico y magnético, trayectorias de partículas en cámaras de niebla, diagramas de Feynman, conos de luz en espacio-tiempos planos y espacio-tiempos curvos, esquemas de aparatos experimentales… Después de muchos años, durante los cuales su cuerpo hizo su propio viaje a través de la niñez, la adolescencia y la primera juventud, había empezado a pintar cosas totalmente originales. Creía tener respuestas a las preguntas que se hacía desde niño. La libreta había quedado abarrotada, por fin, después de años de estudio, de preguntas, respuestas, dibujos y gráficos. Casi no había fórmulas matemáticas, pues su formación en ese campo tenía lagunas importantes, pero lo compensaba, tal como había hecho Faraday siglos atrás, con su capacidad de dibujo y su imaginación. El mismo día que consumió el último rincón en blanco de la libreta, tomó en firme la decisión de marcharse a Europa. A sus padres les dijo que iba a trabajar, y sin duda tendría que hacerlo, pero en realidad en lo que estaba pensando era en estudiar: Física y Matemáticas. Ese era el objetivo que realmente le movía a abandonar su hogar: aprender más, publicar sus ideas, descubrir si sus respuestas al problema de la aceleración de la expansión cósmica eran correctas. Todo lo que sabía, lo había aprendido gracias a internet. Internet había sido el cordón umbilical que le había proporcionado alimento mientras había vivido en el vientre familiar, en su entorno cotidiano. Pero ahora necesitaba dar un paso más allá, nacer a un nuevo mundo, ponerse a prueba. Aprender todas las matemáticas que necesitaba para plasmar sus ideas exactamente igual a como había tenido que aprenderlas Einstein para poder ampliar su teoría de la relatividad. Su madre se había despedido de él con lágrimas en los ojos, y le había llamado loco. Así que ahí estaba: con un puñado más de locos, todos ateridos de frío y de miedo, intentando llegar mucho más allá de lo que parecía razonable, dadas las circunstancias que les había tocado vivir en la vida. Luchando por un sueño. Conseguir publicar sus ideas era el suyo, y en él estaba pensando cuando una ola creció más de lo previsto y volteó la patera. Sintió un escalofrío recorrer su espalda, intentó agarrarse donde pudo. Fue inútil: la marea humana de cuerpos que caían al mar le arrastró. Pensó en su madre, en sus hermanos. El mar se los tragó a todos. Lo único que llegó a la costa fue su libreta, encontrada, al fin, por unos niños en la arena de la playa. Pero el mar había hecho con ella lo mismo que estaba haciendo con su cuerpo y todo estaba desdibujado y nadie entendió nada.

NOTA:

¿Cuánto capital humano ha perdido la Humanidad? Es incalculable. ¿Sobreviviremos a semejante desperdicio de talento? No son temas abstractos, preguntas teóricas que pueden esperar respuesta indefinidamente. Para entender la urgencia, conviene conocer la historia de  Samia Yusuf Omar .

También muy interesante: la historia del sargento Lavréntiev.

Y, cómo no, relacionado con todo lo anterior, y mucho más: La patera cósmica

Seascape, de Hiroshi Sugimoto. Fuente: https://hiroshisugimotoproject.files.wordpress.com/2014/06/seascape-3.jpg
Seascape, de Hiroshi Sugimoto. Fuente: https://hiroshisugimotoproject.files.wordpress.com/2014/06/seascape-3.jpg

FRENTE AL ESPEJO

A nadie se le ocurrirá que solo quiso volar, como antes. Se limitarán a extraer la aguja de su cuerpo y a ponerle etiquetas. Sobredosis. Drogadicto. Perdedor. Nadie verá lo último que vio él, cuando su mirada se cruzó con la mirada que le devolvía el espejo del baño donde le encontraron y, más allá del náufrago que era, se vio a sí mismo como el niño que fue. Ocurrió contra todo pronóstico, porque en aquel cuerpo arrasado no quedaba ya nada del niño que había sido, salvo quizá una chispa de inocencia en su mirada. Ese leve destello le salvó. Esa tenue luz despertó en él, por fin, lo que todos queremos en algún momento: ser de nuevo niño, una segunda oportunidad, ilusionarse otra vez con los juguetes más sencillos. Recordó la pelota verde que tenía cuando no era más que un crío, y lo bien que se lo pasaba jugando con ella, y tantas otras cosas. La droga no consiguió someterlo del todo gracias a aquel último baúl de los recuerdos. La victoria del hombre fue querer abrirlo y creer de nuevo en todo lo que contenía, a pesar de haber perdido ya el cuerpo por completo. Contra todo pronóstico, se hundió en el silencio enarbolando una sonrisa como última señal de su victoria. Aquí viví yo, aquí sigo siendo yo. Nadie entenderá bien esa sonrisa. Nadie intuirá el capitán aferrado aún al timón mientras el barco se va a pique sin remedio, nadie verá su corazón incendiado en el último momento, su firme voluntad de caminar hacia la misma orilla donde el niño sigue jugando para siempre.

Escalera. Foto de Chema Mádoz. Fuente: http://nodosblog.com/chema-madoz-fotopoesia-en-la-pedrera
Escalera. Foto de Chema Mádoz. Fuente: http://nodosblog.com/chema-madoz-fotopoesia-en-la-pedrera