Le faltarán, al menos, un par de centímetros para alcanzar la barra del trapecio. Me pregunto qué me ofrecerá ahora. Lo primero que intentó venderme fue su alma. No te precipites, le frené, ofréceme algo menos definitivo para empezar. ¿Mi dinero?, me preguntó. De acuerdo, respondí, una segunda oportunidad a cambio de tu dinero. Se arruinó. Luego perdió el habla, después el olfato y el corazón. Finalmente, el alma. Aun así, está a punto de fallar de nuevo. Supongo que ahora me ofrecerá sus recuerdos de infancia. Yo aceptaré, y acabará olvidándolo todo, incluso a su madre exhortándole a que se dedicara a cualquier cosa menos al circo.

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